jueves, 4 de agosto de 2011

VI

Era una tarde de finales de agosto, los ardientes y dorados látigos del astro rey parecían pegar más fuerte que otros días. La gente, la que se atrevió a enfrentarse con tal radiante paliza, buscaba desesperada las alargadas sombras de los edificios. Yo seguía caminando sin ver nada, sin oír nada aparte de las palabras de mi madre, que se repetían una y otra vez en mi cabeza.

 No notaba el calor, me acuerdo que hasta sentía un poco de frío, un frío insólito, que salia desde muy dentro de mí. Entonces se me ocurrió que lo que deambulaba ahora por las calles, podía ser perfectamente el atormentado fantasma que se había desprendido de mi cuerpo hace unos 8 años, cuando morí por primera vez según mi madre, buscando desde entonces sin éxito, sosiego.

 No me resultaba extraño pensar de esa manera, así era yo, y de alguna manera lo sigo siendo. La fantasía siempre ha sido para mí como oxigeno para la mayoría, sin ella no hubiera llegado a contar todo esto, fue la cuerda que me sostuvo mientras mi amiga Diana se derrumbaba en el abismo, fue la brújula que me indicaba el norte mientras que mi amigo Rudy se extraviaba.

También es posible que mi temprana afición para la lectura me ayudara a convertir mi mundo en uno mejor o por lo menos diferente. No obstante, las imperfectas lineas de mi sobra y la fuente de sudor que se escurría por mi cara y cuello, haciéndome cosquillas, eran las pruebas de que la realidad, esta vez, igualaba la ficción. No era un fantasma, pero si alguien que había vuelto de entre ellos.

Paulatinamente la ilusión empezó a echar a patadas a la decepción y sentimientos confusos comenzaron una intensa lucha por la supremacía en mi interior. Mi capacidad de encontrar el lado bueno incluso en cosas que aparentemente carecían de ello, apareció cuando solo me faltaban unos 200 metros para llegar a la tienda de mi padre. En mi lamentable ignorancia hasta me sentía especial haber vivido tal episodio, incluso empecé a pensar en como presumir de tal hazaña delante de mis amigos.

Puede que mi madurez fuera demasiado prematura, también es posible que mi optimismo fuera a veces demasiado abundante, pero la inocencia aun no me había abandonado. Sobrevivir a un crimen por negligencia y maquillarlo hasta transformarlo en algo totalmente diferente, fue sin duda un acto de pura ingenuidad. Aun la conservaba, lo mas preciado de un crío aun residía en mi interior a pesar de todo, a pesar de todo no había perdido la inocencia.