jueves, 25 de agosto de 2011

VIII

Mi padre se dio la vuelta con la velocidad de un Tiovivo oxidado y sin engrasar. Parecía haberle asustado mi presencia o mi tono de voz, me miró largo y tendido arqueando una ceja como si fuera la primera vez que me veía en años. La verdad es que hacía mucho que no me visitaba, y si él no venia a buscarme los dos días a la semana, tal y como acordaron en el juicio, yo tampoco me cansaba en recorrer el corto camino que me separaba de él. Apoyó las manos sobre la barra buscando su mejor sonrisa que sencillamente se negaba a salir y me preguntó:

-Gordi ¿que haces aquí?

Buena pregunta, ya no estaba tan seguro de querer interrogar a mi padre sobre el trágico accidente que sufrí hace años, sin embargo, la curiosidad me incitaba a hacerlo, por la sencilla razón de añadir a mi amplia colección una de las dos versiones. Era una disfrazada manera de poder llevar la indiferencia que me rodeaba tanto en casa como fuera de ella, era un salvavidas que me mantenía al flote,  un juego que me tenia distraído. Contar siempre con dos versiones muy distintas de la verdad o de la mentira, alimentaba mi cerebro durante el tiempo que llegaba al veredicto final, sentenciando a una al olvido y a la otra gratificándola con un hueco en mi demasiado alborotada estantería de hechos, en mayoría negativos.

-Estoy todo oídos, -le dije.
-¿Oídos de qué? - me preguntó desconcertado.
-De lo que me vas a decir.
-¿Qué te habrá contado tu madre esta vez? - suspiró. Espera, voy a llamar a María que está preparando unas tapas detrás, prosiguió y desapareció por la puerta que antes llevaba a la sala de telas y últimos arreglos.

María era la única empleada que tenia mi padre, una costurera que decidió quedarse como camarera en el bar, cuando la casa de modas se hundió. Tenia alrededor de unos 35 años, o quizá tuviera 30 o menos, pero su elegante sonrisa, carente de la mitad de sus incisivos, le daba un aire bastante deslucido. Era la encargada del bar, ya que mi padre tampoco pasaba mucho por ahí, tuve suerte de encontrarle ese día. Ella se ocupaba de abrir y cerrar, de la limpieza, de las facturas, de los pedidos de todo lo que suponía llevar un negocio.

No lo hacia mal, tampoco se le daba demasiado bien, pero como a mi padre solo le interesaba vaciar de dinero la caja, las tardes que se acercaba, todo lo demás carecía de importancia. Me tenia mucho cariño o a lo mejor era pena, no lo sé, lo que si sé es que me agradaba que alguien me mimase de vez en cuando. A veces, intencionadamente me acercaba al bar cuando suponía que me padre no iba a estar. Ella siempre estaba dispuesta a regalarme su cariño, no exactamente a mi gusto, pero era lo mas cercano a lo que necesitaba un niño de vez en cuando.