viernes, 29 de julio de 2011

V

Nos sentamos en el sofá-cama de mi habitación y serenamente, mi madre empezó a contarme la increíble historia sobre los porqués de esa indiferencia de mi padre hacia mí. Yo la escuchaba incrédulo, sin perderme ni una sola silaba, sin apenas respirar. Cuando acabó ya no la miraba, mis ojos estaban clavados en un punto en el suelo, en una junta del parqué recién acuchillado, mientras que mi mente intentaba asimilar, sin mucho éxito, lo inasimilable. 

La digestión de lo que me dijo se me antojó extremadamente pesada, y las náuseas aparecieron sin avisar, como invitado especial de la anécdota. Anécdota, así la calificó mi madre. Si hubiera acabado mal hubiese sido una desgracia, pero acabó bien, así que decidió llamarla anécdota. He buscado la definición de la dichosa palabra en el diccionario, y no porque desconocía su significado, sino para reforzar de que estaba en lo cierto. 
Anécdota – Relato breve de un suceso curioso o divertido. 

Es posible que el incidente fuera un hecho curioso, pero no me pareció nada divertido que a los 9 años de edad, tenga que lidiar con la anecdótica historia de lo que fue mi primera vez, de tres, en fallecer. Sí, querido lector, ha leído bien, en poco mas de treinta años he muerto ya en dos ocasiones, razón por lo cual espero mi tercera vez, igual será la vencida. Estoy seguro de que no estaba en sus cabales, pero eso no le daba derecho de jugar así con la mente y el espíritu de un niño. Mi expresión atónita e inevitablemente, el charco de restos gástricos que adornaba el tablado del suelo, la impulsaron a intentar remediar lo que había liado. 

Pero no se lo permití, me levanté como propulsado por un muelle defectuoso e invisible del canapé, apartando ausente las manos maternas que intentaban retenerme, le di la espalda y salí del cuarto. Mi madre no me siguió, nunca me seguía, siempre se quedaba lloriqueando y suspirando después de echarme las broncas por sus desgracias, por las desgracias de otros, por lo que hice o por lo que haré, esperando que yo volviese y la consolara aunque mi única culpa solo fuera existir. Pero esa vez no volví, me puse las zapatillas y salí en busca de mi padre, que tenia un negocio en la otra punta de la ciudad, para que me contara su versión. 

Desde que se separaron aprendí que cada uno tenia una versión distinta a lo que decía el otro, y a mí me tocaba quedarme con la me mas me convencía o gustaba. Mientras caminaba por la calles de la ciudad, no dejaba de pensar en lo que me había contado mi madre. Por un lado me parecía chulo haber muerto y resucitado, pero por otro lado me producía unos, tremendamente incómodos, escalofríos.   

martes, 26 de julio de 2011

IV

El primer indicio de que algo diferente me aguardaba el futuro, aunque yo no lo sabia,  fue un fortuito comentario de mi madre, bajo la influencia de los fármacos que se tomaba a puñados, a causa de la gran depresión que le provocó la desaparición de nuestras vidas de mi progenitor. No, no le pasó nada del otro mundo y tampoco hizo nada que otros no han hecho o harán. Solo se volvió loco por una rubia potente, amiga de su hermana, que aún tenia las tetas mirando hacia arriba, y que le embrujó con sus encantos, originando que su hijo y la mujer que más amó y con la que pasaría el resto de su vida llegaran a ser solo dos enormes lapsus en su mente.

-El muy cabrón, nos dejó por esa puta, no se da cuenta de quien es, que se tiró a más de la mitad de los hombres de la ciudad. ¿Estarán contentas ahora tu abuela y tu tía? Ellas nunca me han querido, nunca he sido lo suficientemente buena para él, -se lamentó mi madre un día.

¿Y yo que sabia? Solo tenia 9 años, lo bastante grandecito para saber lo que significa un divorcio pero demasiado tierno para estar preparado para ello. Tampoco supe, cuando se marchó mi padre, que solo lo vería muy de vez en cuando, exactamente cuando se peleaba con su muñeca, como solía llamar a su nueva conquista, buscando en mí el consuelo a su desgracia.

-Mamá, pero volverá algún día ¿verdad? -la pregunté lleno de esperanzas.
-No, no volverá, - fue la tajante respuesta de mi madre. ¿Y sabes por qué?
Mi expresión le indicó que notoriamente no lo sabia.
-Porque no le importas ni tú ni yo. Si le importaras lo mas mínimo, no te hubiese hecho lo que te hizo. -continuó mi madre.
No sé si ese comentario fue aposta o fue impulso de los fármacos.
-¿Y qué me hizo? -la pregunté contrariado.
-Nada, no te lo voy a decir.

Yo estaba inmunizado ya a las frecuentes salidas de tono de mi madre, sabia que al final me lo diría, solo le gustaba que yo insistiera, lo necesitaba, necesitaba que alguien le hiciera caso, que alguien hablara con ella, que quisiera algo de ella, aunque solo fuera información o desinformación.
-Venga dímelo, -insistí.
-Que no, no tiene importancia.
-Bueno, si no me lo quieres contar se lo preguntaré a papá, cuando le vea, -le dije, acentuando cada palabra.
-¡No! ¡Ni se te ocurra! -chilló inesperadamente. Prométeme que no le mencionaras nunca nada a tu padre de lo que te voy a contar.
-Te lo prometo mamá, -la tranquilicé.