martes, 16 de agosto de 2011

VII

Abrí con decisión la puerta del local y entré. Me quedé quieto un momento intentando acostumbrar mi vista a la semioscuridad y al humo lechoso y cortante que reinaba en el local.
La tienda de mi padre había sido un invento bastante original en su día, una casa de moda con cóctel-bar para los clientes más pretenciosos. Pero solo había sido, y duró tan poco que casi nadie se acuerda de ella. Yo si me acuerdo, me había fascinado desde un principio, hasta me convencí a mí mismo de que quería seguir los pasos de mi padre, y convertirme en un famoso y respetado diseñador. Mis sueños acariciaron mi ego poco más de año y medio, pero al final se esfumaron dolorosamente por la rejilla de la realidad.

El sitio estaba dividido en tres espacios, uno estaba dedicado en exclusiva a la sastrería y a la confección, otro era la sala de telas y últimos arreglos y el principal estaba destinado al cóctel-bar. Si no fuera por una muy mala gestión, por sus delirios de grandeza y por su afán de complacer cada pequeño o gran deseo de su rubita, yo creo que podía haber llegado lejos, podía haber sido uno de los grandes modistas nacionales. Tuvo muchos clientes importantes al principio, toda la crème de la crème de la ciudad vistieron en algún momento un vestido de su corte o un traje, pero la falta de seriedad y puntualidad en las entregas de los trabajos fue la principal razón del hundimiento de su negocio. Ahora, la única fuente de ingresos era el bar, vendió todo lo relacionado con la confección, para poder saldar un 1% de sus deudas y subsistía prácticamente a costa de los borrachos del barrio.

Había vivido a tope durante unos años sin preocuparse lo más mínimo de nada y de nadie que no fuera su amor de melena dorada, pero con un precio que iba a pagar durante el resto de su vida. ¿Quien piensa en las consecuencias cuando la vida y el amor te sonríen, cuando puedes hacer todo lo que se te antoje? Yo si lo haría, siempre lo hice, desde muy pequeño me importaba demasiado la trascendencia de mis actos, una pena, la verdad.
Mis ojos empezaron a distinguir a la selecta clientela del bar que vociferaban palabras inteligibles para mí. Conocía a la mayoría de vista, eran los mismos de siempre, en las mismas mesa de siempre. Algunos de los sujetos me miraban sonriendo torcidamente con un puro en una mano y la copa en la otra, les saludé meneando la cabeza en su dirección mientras que ellos me respondían levantado los vasos.

En la barra había otras dos personas que discutían excitados y detrás estaba mi padre de espaldas, colocando las botellas en las estanterías de cristal manchadas de círculos de alcohol caramelizados y huellas dactilares. Me acerqué al bar intentando evitar sin mucho éxito las manchas pegajosas que cubrían la mayor parte del suelo de mármol. Me subí en una silla, y carraspee dos veces. No me escuchó, el escatológico hilo musical y el jolgorio que montaban los comensales tapaba cualquier otro sonido de menor intensidad.
-Hola papá, - grité esta vez.

3 comentarios:

Esilleviana dijo...

Una visita sorpresa que su padre no esperaba. Presentarse a algún lugar que en el pasado fue importante, es como volver atrás en el tiempo por unos minutos, luego inmediatamente descubres que ya no eres aquella niña/o atemorizado, asombrado y apocado que permanecía en una silla o solo contemplaba en silencio la escena.

Es cierto, escribes muy bien.
He accedido a tu blog gracias a la invitación que me has dejado en el blog pero luego inspeccionando (jaja) por tu blog, he comprobado que dejé un comentario a principios de agosto... bueno, bogger es caprichoso.

un abrazo escritor.

Cristelicious dijo...

La verdad es que si parece bastante maturo para su edad. Me ha gustado, muy entretenido. Besos.

Esilleviana dijo...

Gracias por tu invitación y comentario. Te seguiré leyendo.

:)