domingo, 18 de septiembre de 2011

X

Nos encaminamos en silencio hacia la pastelería, los dos mirando al vacío, pensando cómo romper el silencio. Yo no pensaba hacerlo hasta que no nos sentáramos, no me atrevía preguntarle nada por si se asustaba y se escapaba. Al final, mi padre abrió la boca y me hizo esa gran e inútil pregunta:
-¿Y qué tal el cole?
-Estoy de vacaciones, -le contesté secamente.
-Ya lo sé, -me dijo incomodo por su metedura de pata. -En general ¿qué tal?
-¿Qué tal yo en general o el cole? –le atosigué aposta.

Se mordió el labio inferior visiblemente molesto mientras buscaba las palabras adecuadas, y luego con mucho cuidado reformuló la pregunta:
-¿Qué tal estas? ¿Como has acabado el cole, has suspendido alguna asignatura?
-Estoy bien, acabé el cole como de costumbre sin suspender ni una. –le contesté con frialdad consciente de que eso sería lo único que me preguntaría ese día, y no lo hizo exactamente porque le interesara demasiado mi vida, sino para intentar maquillar las profusas grietas del silencio con unas cuantas palabras fariseas. Afortunadamente, habíamos llegado ya delante de la puerta de la pastelería. Entramos, primero el hijo golosón y luego el apático padre, y nos sentamos en una mesa cercana a la vitrina refrigerante, repleta de todo tipo de productos de repostería.

-Yo quiero lo de siempre, -dije esperando que mi padre se equivocara otra vez.
 -Un brazo gitano con crema de pistacho y un vaso de leche ¿verdad? –acertó mi padre ante mi asombro. –Yo me cogeré una cerveza. -continuó satisfecho por haber dado en el clavo.
Se levantó y se acercó al mostrador para pedir lo que habíamos acordado. Se quedó ahí esperando hasta que la dependienta le sirvió todo encima de una bandeja de plástico, evitando así, a Dios gracias, otro incomodo silencio o conversación que podría haber surgido hasta que la mesera nos hubiera servido. Por lo menos, después de tanto tiempo, por fin había aprendido una cosa sobre mis gustos fuera de casa. Bandeja en mano y postiza sonrisa triunfante sobre su cara, mi padre se acercó a la mesa. 

Colocó la jarra de cerveza delante de la silla donde se sentaría y la bandeja con la leche y con el apetitoso postre delante de mis narices. Inconscientemente sonreí al encontrarme con el intenso olor a pistacho penetrando  hasta el rincón más oscuro de mis sentidos, consiguiendo hacerme olvidar por un momento el real motivo de mi visita. Le hinqué la cucharadita al enrollado, y antes de engullirlo inhale estremeciéndome de placer el delicioso aroma que hoy después de tantos años recuerdo perfectamente. Cuando el trocito empezó a deshacerse encima de mis papilas gustativas cerré los ojos, dejando que tan único e inconfundible sabor me llevara lejos, muy, muy lejos.    

2 comentarios:

Esilleviana dijo...

Guardamos en la memoria sabores, olores, aromas que afloran en momentos concretos, cuando menos lo esperamos.

Un buen relato. Él se alegró enormemente de que su padre conociera el cual era su pastel favorito con el vaso de leche :) (no he probado brazo de gitano con crema de pistacho jaja).

un abrazo
y gracias por tu lectura y visita.

:)

Cristelicious dijo...

Casi he podido notar el sabor de ese postre. Besos.